domingo, noviembre 23, 2008

Paulo Coelho


Ayer publiqué un post después de un mes, últimamente me estoy acostumbrando a escribir poco, o es que no siento la necesidad. No hay altibajos, es una sensación muy extraña.

Por navidades me compré un calendario de escritorio de Paulo Coelho con el firme propósito de tenerlo allí y cada día al pasar la hoja leer y pensar sobre las frases extraídas de sus libros, que por cierto, me encantan. Lo cierto es que empecé a hacerlo, como tantas cosas que empiezo en mi vida y no sé muy bien por qué... tal vez porque me dio por ordenar mi eternamente desordenada mesa, lo guardé en un cajón.

Lo reencontré hace unas semanas y volví a mi proposito de primeros de año y desde entonces no la abandona. Procuro mirarlo todos los día y cambiar la hoja y leerlo, pero no siempre lo consigo, a veces me leo tres de un tirón. Pero ahí está y ahí continua, como mi intención de cambiar lo que yo creo que está mal en mi vida. Ya no me abrumo si un día fallo, no me castigo con un cilicio, ni me torturo mentalmente, simplemente vuelvo a intentarlo una vez y otra, pero como dije en mi post de ayer, ya sin agobios, ni prisas, ni ansiedad.

Acabo de pasar la página del lunes, para saber con qué ánimo, porque todas sus frases son animosas, empezar el día de mañana. Es la siguiente, de su libro Maktub:

" Aquello que llamamos rutina está repleto de nuevas propuestas y oportunidades.
Pero no notamos que cada día es diferente al anterior"

Yo he elegido, no sé si consciente o inconscientenmente, aunque creo que lo primero, sumergirme en mis rutinas, porque como comentaba con mis amigas esta mañana, estoy cansada de tanta palabrería que se dice con las visceras y que se queda en eso. A veces, parece que nos tomamos nuestra vida como si fuera un juego, en el que cuando no nos salen las cosas como queremos nos mosqueamos y despotricamos y nos enfadamos con el mundo, como si el mundo se tuviera que poner a nuestros pies. Lo que hay es lo que hay, si así vienen las cosas simplemente vivámoslas, porque es cierto, cada día es distinto que el anterior, aunque nos de miedo el mañana y mucho más el futuro.


sábado, noviembre 22, 2008

Despertándome


Cuando murió mi abuelo... no dejé que nadie me tocara, no quería abrazos. Sabía positivamente que si lo permitía me iba a derrumbar, que necesitaba tener el control. Es lo que siempre hago ante una situación dolorosa, pensar y tratar de recuperar el control.

Quería arreglar mi mundo que sentía patas arriba, primero mi "cagada" con mi hombre de tierra. Después... y en busca de respuestas para recuperar el control (sí, ya sé que me repito) me fui a Santiago a peregrinar otro rato. Y vaya si encontré respuestas, me miré en un espejo de bondad, esa virtud que aprecio infinitamente más que la inteligencia y vi en mi persona todos los defectos que me era fácil reconocer en otros, y sin embargo, la delicadeza y el cariño con que allí me trataron me dejó anonadada, podían verme tal y como soy, imperfecta, altanera y muchos más adecuados adjetivos y aún así quererme, me sonreían con sinceridad y simpatía, y me trataban como si fuera la reina de Saba, o mejor que eso, de la familia, de toda la vida.

Volví asqueada de mí misma, como si fuera un sapo, pero firmemente decidida a cambiar todo eso. Sacudida entre múltiples emociones me fui a casa de mi mejor amiga, porque supe que allí tampoco podía perder el control, no podía permitirme a mi misma, hacerlo allí, en público. Y aunque algún arrebato de llanto, sobre todo los primeros dos días, si que tuve, volví a mi hogar con cierta fuerza por haber hecho las cosas bien allí. No me había derrumbado, entrado en ese estado catatónico de otras ocasiones. Y con el empeño de cuando algo se me mete entre ceja y ceja, de una manera frenética me forcé a hacer las cosas como no tengo costumbre. En mi casa mi actividad bullía, apenas si tenía tiempo de sentarme a pensar, me obligaba una y otra vez. Y entonces murió mi tía. Aún me quedo sin aire al pensarlo. Viajes de ida y vuelta, kilómetros que caían como los segundos en un minuto, actividad frenética de nuevo, control, control, control.

Pipo me visitó y fueron horas en las que las palabras se desgranaban como las pipas de los girasoles. No hice nada, sólo hablar y hablar abandonando mi marcialidad autoimpuesta, mis disciplinas, las rutinas que al cabo del día me hacían sentir que iba bien, que lo estaba logrando cayeron y me abandoné a la languidez de la inactividad, mientras trataba de resolver problemas de software en mi pc, mi mente ocupada. A veces nos complicamos la vida para huir de los problemas reales y cuando no cacharreaba me abandonaba de nuevo al mundo onírico o a la limpieza mental de la tele.

Me estoy despertando, abro los ojos y no me parece real nada de lo que me ha sucedido. No tengo una sensación temporal de todo lo que me ha pasado... apenas han sido dos meses, pero parecen incluso años. Aún lo veo todo borroso. No siento mucho y volver al silencio de mi casa cada tarde, hace que de alguna manera el reloj se detenga, aunque sepa que no es así. Aquí el tiempo pasa lento, cadencioso y ahora lo último que me apetece es pensar, solo pasar el tiempo sin prisas ni obligaciones. Y me doy cuenta de que me he agotado, he querido correr lo que antes no fui capaz de andar.

He conseguido fijar dos o tres cositas de todo lo que dije que iba a cambiar, no es mucho, pero ahí están. Y eso trae muchas, muchas más buenas, un rayito de esperanza también. Es como si fuera un dominó a cámara lenta, están cayendo las primeras fichas que empujan a las que le siguen. Sí, lo sé, estoy un poco apática, se que me observan con preocupación quien no entiende esa tranquilidad que desprendo. Mi respuesta es, no tengo ilusión, nada hace que mi corazón se acelere, es como si me hubiera vuelto impermeable. Pero no me dejo caer ni me abandono, simplemente voy haciendo, sin detenerme, sin alegrías luminosas. Pero no me siento mal, estoy bien.