De supermachos y superhembras:
La excesiva racionalidad es un mecanismo de defensa para no ver nuestros verdaderos sentimientos. Nos liamos, nos enmarañamos y justificamos todo lo que hacemos o lo que vamos a hacer en pos de la racionalidad.
Esto me dijeron un día de hace dos semanas. Lo había olvidado, hasta que me han ocurrido un par de cosas que me han traído esta frase a la cabeza.
Me gusta mucho la serie House y Anatomía de Grey. Si, soy así de comercial, no voy a la filmoteca ni veo cine francés, en fin. Pero me pasan estas series en versión original subtitulada en plan casero y disfruto como una enana.
En la segunda, un día mac dreamy le pregunta al Dr. W por qué abandonó a la madre de Meredith y él, con un gesto de dolor dijo que la pena y la culpabilidad por abandonar a su mujer no le dejarían ser feliz al lado de la Dra. Grey, y que la abandonó porque sabía que no la iba a hacer feliz. Y que por tanto se sentía mejor hombre por no haberla hecho pasar por eso.
Todo el mundo puede ver esto como un gesto romántico, desinteresado, el sacrificio por Amor si, ya, que bonito… y me toca las narices como no está escrito. Y luego claro, se ofenden cuando decimos eso de prometer hasta meter. Al buen doctor no se le ocurrió pensar en lo que la Dra. Grey tenía que decir al respecto, las posibilidades de fracaso evidentemente eran muchas, pero si el tío fuera más maduro habría luchado, lo habría intentado. Usó la racionalidad como defensa para hacer lo que para él resultó más cómodo. Y juzgó y ejecutó por los dos y eso es lo que me enerva, si incumbe a dos, que se hable y se decida entre las dos partes. No que uno tome una decisión y la comunique cuando ya es un hecho consumado. Eso yo lo llamo hacer el avestruz. Escondió la cabeza entre un montón de buenas razones, de buenas intenciones… Ya lo dijo no se quien, De buenas intenciones está asfaltado el camino al infierno. Menudo héroe, menudo supermacho.
Y así estaba yo, medio decidida a comer solomillo de avestruces cuando, acabé casi teniéndome que comer el mío propio.
En mi trabajo me relaciono mucho con proveedores de soluciones informáticas semi cerradas y discutimos durante las horas que hagan falta para adaptar su producto a nuestras necesidades. A alguno de ellos les conozco personalmente a otros no, porque normalmente se dicen las cosas por correo o mails. Esto me pasaba con una chica de un proveedor. Se llamaba Flor (por decir algo). La verdad es que pocas veces encuentra alguien con el que te relacionas y te entiendes tan bien y lo que ya es el colmo, es que esto se realice por mail o por teléfono y máxime cuando en teoría se tienen intereses tan cruzados. Pero ese era nuestro caso, de tal magnitud es el asunto, que incluso se hizo vox populi y algún comentario jocoso corrió por sendas oficinas. Hasta que de repente hace un par de semanas, surgió algo que no pudimos solucionar por teléfono, ella vendría a mi oficina y a mi me asignaron al proyecto. Tenía ganas de conocerla, sentía mucha curiosidad y entusiasmo por ver como trabajábamos codo con codo y no en sentido figurado.
Y llegó el gran día. Y cuando llegamos a la sala de reuniones, me encontré con una chica con cara de Lolita de Navokov, a la que solo le faltaban las coletas y la piruleta. Le eché una mirada de arriba abajo, apenas aparentaba 15 años y sin embargo parecía salida de un desfile de modelos en pequeño, evidentemente se había pasado unas horitas para lograr ese aspecto desenfadado y a la vez perfectamente maquillada. Ni un pelo fuera de su sitio, porque aunque así lo parecía, todo estaba medido para dar esa impresión, complementos, pulseras, hasta el perfume venía muy ad hoc
Supongo que mi cara era pura incredulidad, es como si te dijeran, cuando tienes un problema un problema de neurocirugía, que te trae por la calle de la amargura, que te envían a alguien y aparece Kate Moss vestida para Miu Miu. Mi jefa me miró significativamente con una expresión de desconfianza y yo a ella con cara de desolación.
Después de las presentaciones de que hablaran los jefes de un lado y otro solté mi discurso de cómo veía yo el problema, no sé quizás fui un poco técnica y críptica, pero me salió así. Y ella simplemente se limitó a sonreír y tomar notas. Después soltó un bueno, pues lo voy comentar un poco con central y me acerco por vuestro departamento para ver las cosas in situ. Mi jefa y yo nos miramos como diciendo huy esta...
Y eso hizo, siguió el protocolo fijado de una manera sistemática, repitiendo lo que habíamos hecho todos una y otra vez, al menos se sabe el protocolo, pensé, lo que me relajó un poco. Pero no, no salían las cosas con la fluidez de siempre, más bien no salía nada. Llegó la hora de la comida, pagaba su empresa, sus jefes, los míos ella y yo. Después de comer, muchos jefes se pidieron un güisqui, ella también. Y a mi me entró la flojera del que no está acostumbrado a estas situaciones y quiere quedar bien, así que como no me atrevía con uno solo "on the rocks" y desmoralizada por la "fructuosa" mañana, me pedí un cubata cortito, total ya de perdidos al río. Y es que como no estoy acostumbrada a beber y menos después de las comidas, me entró un poco de tontería. No se por qué, creo que a ella le pasó lo mismo.
Nos pusimos otra vez al trabajo y una risa trajo otra hablando del tuneado de sistemas. Nos fuimos concentrando poco a poco y al final ella entendió lo que nosotros queríamos y ellos nos mostraron lo que podíamos obtener con lo que había y nosotros con esa información pudimos imaginar un modo de hacerlo, que antes no se nos ocurría. Salió muy bien, acabamos de trabajar a las mil y monas, pero lo conseguimos. Y no me molestó que se retocara el colorete y el pintalabios de vez en cuando. Ella era como ella era y yo, como yo soy.
Cuando terminamos, satisfecha y con un poco de desvergüenza le dije, chica me has sorprendido, cuando te he visto se me han caído los palos del sombrajo. No tenía ningún tipo de confianza en ti y te debo una disculpa. Y ella me contestó, me he percatado, me has congelado con la mirada y lo único que quería era salir corriendo, menuda pinta de ogro gastas de vez en cuando, no te imaginaba así para nada. Yo alcé las cejas sorprendida y pregunté ¿de verdad? Y ella me dijo si, estaba muy nerviosa hasta antes de comer "por eso me he pedido un güisqui para darme un poco de ánimos". Y yo le dije, "pues a mi se me ha subido un poco a la cabeza el mío, no suelo beber pero no iba yo a ser menos que tú". Pues menos mal me dijo, porque a partir de ahí te has relajado y entonces he podido relajarme yo.
Y tenía razón, había sido yo quien había evaluado, decidido, juzgado, condenado y ejecutado de una mirada, de un prejuicio. Que "lista" soy. Qué racional. ¿A qué le tenía miedo?. Esta vez salió bien gracias a que el alcohol me ayudó a liberarme un poco de mi asentada teoría, a hacerlo de verdad y no solo de palabrita, dándole una oportunidad a ella, que no había hecho nada, salvo ser ella misma. A veces creo que pido para mi lo que no le concedo a otros.
Me queda cierto desasosiego
¿Cuántas veces habré hecho lo mismo? Y ¿qué me habré perdido por el camino?.